viernes, 3 de junio de 2011

La perfecta alegría

Era invierno y hacía mucho frío acompañado de un viento tan fuerte que iban caminando el uno delante del otro y, mientras fray León iba adelante, el hermano Francisco le hablaba diciendo: fray León, si sucediera que, para gracia de Dios, todos los frailes menores dieran buen ejemplo de santidad y diligencia, anota y escribe que no sería ésta la perfecta alegría.

Más adelante, San Francisco le habló por segunda vez para decirle: Oh, fray León, aun si un fraile menor diera la vista a los ciegos, sanara a los tullidos, lanzara los demonios, diera el oído a los sordos, hiciera caminar a los paralíticos, diera el habla a los mudos y hasta resucitara a los muertos de cuatro días, escribe que en ninguna de estas cosas está la perfecta alegría.

Y aún un poco más adelante, San Francisco le grita diciendo: Oh, fray León, si un fraile menor hablara todas las lenguas y conociera todas las escrituras y la ciencia, y pudiera ver y revelar no solo el futuro, sino también los secretos más íntimos de los hombres, anota que no estaría aquí la perfecta alegría.

Todavía más adelante San Francisco le hablaba fuerte diciendo: Oh, fray león, ovejita de Dios, incluso si un fraile menor hablara la lengua de los ángeles, conociera todos los misterios de las estrellas, todas las virtudes de las hierbas, y aunque le fueran revelados todos los tesoros de la tierra y todas las virtudes de las aves, de los peces ,de las piedras y de las aguas; escribe, no está aquí la perfecta alegría.
Y tras caminar un poco más todavía, san Francisco volvió a llamar a su compañero de viaje para decirle: Oh, fray León, aun si los frailes menores supieran predicar tan bien que fueran capaces de convertir a todos los no creyentes a la fe de Cristo; escribe que no está aquí la perfecta alegría.

Y fue así que, después de varios kilómetros, con gran admiración fray León preguntó: Padre, te ruego por el amor de Dios, dime dónde está la perfecta alegría. Entonces San Francisco respondió: cuando lleguemos a Santa María de los Ángeles y nos bañe la lluvia, enfriados por la nieve, sucios por el fango y hambrientos por el largo viaje, tocaremos a la puerta del convento; el portero nos preguntará quiénes somos y responderemos que dos de sus hermanos, pero él no nos reconocerá y dirá que somos dos impostores, gente que roba la limosna a los pobres, y no nos abrirá y nos dejará afuera a merced de la nieve, de la lluvia y del hambre, mientras se hace de noche. Entonces, si nosotros soportamos tanta injusticia y crueldad con paciencia y humildad sin hablar mal de nuestro hermano, y lo que es más, si pensamos que nos conoce pero que el señor quiere todo esto para ponernos a prueba, entonces, fray León, escribe que ésta es la perfecta alegría. Y si por nuestra aflicción seguimos tocando a la puerta y el portero vuelve a salir enfadado y nos trata como granujas inoportunos y viles ladrones, nos empuja fuera y nos grita: ¡largo de aquí! busquen posada en otro lado porque aquí no comerán ni dormirán; si soportáramos todo esto con paciencia, alegría y buen humor, entonces, mi querido fray León, escribe que ésta es la perfecta alegría.

Y si por causa del hambre, del frío y de la noche, continuáramos llamando con lágrimas en los ojos y rogando, por el amor de nuestro Dios, que el portero nos dejara entrar, y éste, furioso por tanta molesta insistencia se propusiera darnos una severa lección, saliera con un gran bastón con protuberancias, nos tomara de la capucha y luego de hacernos rodar por la nieve, nos bastoneara haciéndonos sentir todos y cada uno de los nudos; si todo esto lo padeciéramos con paciencia y alegría, pensando en las penas de Cristo bendito y que sólo por su amor hay que soportar; querido fray León, anota que en esto está la perfecta alegría. 


Escucha, pues, la conclusión, fray León: de entre todas las gracias del Espíritu Santo y los dones que Dios concede a sus fieles, está aquélla de superarse por el amor de Dios para aguantar las injusticias, las molestias y los dolores, pero no podemos jactarnos y glorificarnos por haber soportado todas estas miserias y privaciones porque estos méritos vienen de Dios. De hecho, las Sagradas Escrituras dicen: ¿qué puedes tener que no sepa Dios? Y si tú has recibido la gracia de Dios, ¿por qué te jactas como si fuera obra tuya? Nosotros nos podemos gloriar en nuestra cruz hecha de sufrimiento y privaciones. En el Evangelio está escrito: Yo no me quiero gloriar más que en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.

Decidí iniciar un blog donde pueda compartir algunas reflexiones personales que espero humildemente puedan ser de utilidad para otros. El nombre del blog lo saqué de este pasaje de la vida de San Francisco de Asís, y con este mismo pasaje doy inicio a las entradas del blog, que aún no sé si serán muchas o pocas. 

Elegí este pasaje porque, desde mi punto de vista,  el mensaje es corto y claro: La perfecta alegría no se puede encontrar en las cosas de este mundo. Cualquier dicha que pretendamos encontrar en las cosas mundanas no es nada en comparación con la dicha y la paz que da Dios a quienes gustosos aceptan hacer su voluntad y empeñan cada segundo de su vida en ello.

2 comentarios:

  1. Qué historia tan bonita! Es un gran ejemplo de humildad. Gracias por la publicación. Dios te lo pague.

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  2. Gracias por publicar en forma tan delicada y ordenada. San Francisco de Asís nos invita a vivir la alegría y la santidad...

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